«Autopsia a un copo de nieve»: teatro universitario en Casa del Lago

Guillermo Revilla

Guillermo Revilla

El 19 de junio de 1956, en el Teatro del Caballito, un grupo de artistas de diversas disciplinas estrenaron un experimento escénico al que nombraron “Poesía en Voz Alta”. Liderados por Juan José Arreola y Octavio Paz, los pintores Leonora Carrington y Juan Soriano, así como los teatreros en ciernes Héctor Mendoza, José Luis Ibañez y Juan José Gurrola, entre otros, emprendieron, sin proponérselo, una renovación en el teatro mexicano.

Tres años después, en 1959, la Casa del Lago del Bosque de Chapultepec fue fundada como espacio cultural dependiente del Departamento de Difusión Cultural de la UNAM por el mismo Juan José Arreola. El 27 de septiembre de 1963 se estrenó en dicho espacio La moza del cántaro de Lope de Vega, dirigida por José Luis Ibañez, que constituía el octavo y último programa del movimiento “Poesía en Voz Alta”.

La Casa del Lago, desde su fundación, ha sido uno de los espacios culturales más importantes de la Ciudad de México, presentando todo tipo de manifestaciones artísticas: plástica, música, cine, y por supuesto, teatro. Además, desde el 2005 alberga el festival anual de poesía que retoma el nombre de la iniciativa teatral de los años 50.

Por su parte, “Poesía en Voz Alta” fue, en palabras de Arreola: “una pequeña semilla que dio buenos frutos”. Uno de esos frutos (nutrido por otras vertientes como “Teatro en Coapa” de Héctor Az ar), fue el Centro Universitario de Teatro (CUT) de la UNAM, heredero de los hallazgos artísticos y humanos del movimiento.

Este 2013, la Casa del Lago recibe una vez más al teatro universitario con Autopsia a un copo de nieve, escrita por Luis Santillán y puesta en escena por el Colectivo Leviatán, conformado por las jóvenes actrices María Elena Gore, Raquel Mijares y Tanía María Muñoz, formadas en el CUT.

 

Los velorios no son lugar para las niñas pequeñas

“¿Y si una niña se muere?” pregunta Nicoleta, la menor, a su hermana Natalikova. Ha muerto su tía, así que la mayor debe acompañar a su madre, Catalina, al funeral, y Nicoleta debe quedarse, una vez más, sola; por eso siente frío, por eso siente que está triste, y el público lo siente con ella: la obra va atando poco a poco un delicado nudo en las gargantas de los espectadores, cada escena es una vuelta más, como ver la nieve cubrir lentamente el paisaje, implacable y hermosa.

Cae la nieve, Nicoleta se sume en su soledad, se esconde para ver si la buscan; cae la nieve, Natalikova se refugia en el rincón que le duele, poblado de telarañas, seda y suspiros; cae la nieve, Catalina se dobla ante la pesada levedad de tener que ser; cae Nicoleta, calladita, sin hacer ruido, como un minúsculo copo de nieve. El frío va envolviendo el espacio cotidiano donde se desarrolla la historia, la intimidad que contiene las relaciones familiares de estas tres mujeres, madre e hijas, que se pelean en el baño y por el baño, que se buscan y se esconden y se encuentran y se desencuentran en el baño.

Las integrantes del Colectivo Leviatán, responsables de una dirección colectiva, ofrecen una puesta en escena sencilla, directa y conmovedora, que pone en juego las relaciones de tres mujeres de distintas generaciones, encarnadas por actrices de la misma generación que salen airosas del reto. La escenografía, un prisma hexagonal que hace las veces de baño, va con la apuesta sencilla y eminentemente centrada en el trabajo actoral de la obra, y contribuye a delimitar la intimidad e importancia de ese espacio crucial para el desarrollo de la anécdota.

A cada una de las integrantes de la familia la acompaña un instrumento tocado en vivo por Emmanuel Lapin (violín), Ulises Pineda (viola da gamba) y Alejandro Zanella (flauta), que conforman una escenofonía que aporta dramatismo a la historia y la hace más contundente.

Al final, cuando el último copo de la nevada está por caer, basta el apretón de una frase contundente para que el nudo ahorque, exprimiendo alguna lágrima en las butacas, cuando “desesperado, el patito, creyendo que nunca iba a encontrar a su verdadera familia, va al estanque…”

Fotografía por: Gerardo del Razo