La consagración del invierno de Alberto Villarreal
Desde mi rol como asistente de dirección, hasta el momento en que escribo esto, he visto nueve funciones de La consagración del invierno. Amén de estos enfrentamientos con el público, he estado presente en muchas, muchísimas horas de ensayo.
Cuando la redacción de El Ciudadano me planteó escribir sobre una obra de teatro de la que soy parte, de inmediato me encontré con la dificultad de separarme lo suficiente de mi proyecto para poder hacer con “objetividad” (supuesta, pues no existe tal cosa en casi ningún aspecto de la vida, y menos en el ejercicio crítico) mi labor periodística. Este problema es insalvable: estoy demasiado involucrado con La consagración… como para pretender hacer las veces de ojo externo, de espectador virgen que comparte con sus pares (ustedes lectores) su experiencia teatral desde la página escrita.
Lo que sí puedo hacer sin atentar contra la ética de este oficio es compartir con quien lee una especie de testimonio, de mirada desde adentro, que pretenda ser un incentivo que haga atractiva la invitación que desde ya le extiendo, amable lector, para que haga un paseo de fin de semana por Chapultepec que culmine a las 20:00 horas con usted ocupando un asiento en la parte intermedia de la venerable Casa del Lago, para vivir, de la mano de 14 actores que están por diplomarse del Centro Universitario de Teatro de la UNAM, una experiencia teatral que le guste o no le guste, le cuadre o no le cuadre, no lo dejará indiferente (esto lo afirmo tras haber observado a nueve públicos distintos enfrentarse a la obra).
Como incentivo principal les ofrezco asistir a algo extraordinario, no en el sentido de valoración positiva (esa queda de su lado), sino en el sentido de una experiencia poco común, tanto en la vida cotidiana, como en nuestras elecciones de entretenimiento.
Sentado bajo el candil de la Casa de pisos ilustres, usted será partícipe de algo que se evita todo el tiempo, algo que se puede observar de lejos, pero de lo que se prefiere escapar: un enfrentamiento. Tras haber sido testigo privilegiado del proceso de construcción de este espectáculo durante los últimos meses, diría que lo que planteó Alberto Villarreal, su autor intelectual, es un enfrentamiento con varias aristas:
Primero, un enfrentamiento con los actores, a quienes les planteó un acertijo difícil de resolver, creo, no solo para ellos, sino para cualquier actor sin experiencia previa trabajando en este tipo de estructura escénica, donde las nociones de personaje, anécdota y progresión dramática, están cuestionadas, desestructuradas, precisamente, confrontadas. Por si este planteamiento, en apariencia ajeno a la enseñanza que recibieron los actores que hoy se diploman durante cuatro años, fuera poco, la obra demanda de ellos un despliegue al límite de sus capacidades físicas.
Después, este mismo enfrentamiento está trasladado al espectador. Así como los actores tuvieron (tendrán durante un par de meses de temporada) frente a sí este reto, el público que asiste a la obra se encuentra con una propuesta que en absoluto es el común en los escenarios mexicanos. La mayoría de los espectadores, como le sucedió a los actores, estamos condicionados por las mismas estructuras: personaje, anécdota, progresión dramática. Así pues, al pagar por un asiento en la parte intermedia de la casa, usted se enfrentará a la desestructuración de estas nociones. Aunado a esto, la dinámica de la obra, sus decibeles, la cercanía entre el escenario y la platea, y el contacto franco que establecen los actores con los espectadores, hacen imposible la relajación, el alejamiento y la comodidad a la que estamos acostumbrados en nuestro papel de espectadores.
El enfrentamiento, finalmente, se materializa en el escenario: el combate escénico, metáfora múltiple que habla de la demolición que representaron las vanguardias artísticas, de la violencia sexual y emotiva que el amor burgués ha pretendido constreñir, de las revoluciones que han demolido los órdenes precedentes para constituirse en orden nuevo al que es deseable derrumbar, funciona como eje de la puesta en escena.
Dicho todo lo anterior, reitero mi invitación para que venga y vea cómo, mientras el mundo se incendia en hambre y dolor, el arte baila sus enredos en las habitaciones del fondo, protegido por las rejas de una bella casa.
Tania Sofía Álvarez Núñez, Iván Caldera, Eduardo Carranza, Elena Del Río, Liliana Durazo, Xóchitl Galindres, Kevin M. García Gallardo, Alejandro Guerrero S., David Illescas, Daniela Luque, Geovana Moo Caamal, Arantza Muñoz Montemayor, Eduardo Orozco y Nicolasa Ortiz Monasterio, lo esperan para que sea partícipe de la consagración de sus vidas a un medio teatral que, entre deudas, omisiones y homenajes a aquellos que fueron grandes maestros y hoy son leyenda, los obligará “a robarse el empleo unos a otros, y comprarse hasta la humillación”.
A pesar de este panorama difícil (¿qué profesión no presenta un panorama similar hoy en día?), el escenario y su ritual, su misticismo, su rigor, su promesa de fama, sus posibilidades como forma y articulación de pensamiento, como medio de expresión, siguen atrayendo a muchos locos dispuestos a dar su sangre por estar parados en el. Benditos sean ellos y el público que los acompaña.