Cumplir 16 años implica la llegada formal de una serie de cambios hormonales que desencadenarán elementos físicos y mentales para conformar la base de la persona. Algunos científicos le llaman adolescencia, estadio que prosigue a la pubertad (demarcada por la aparición de caracteres sexuales primarios).
Con la llegada de este momento fundamental, nuestras mentes reaccionan de una manera más parecida a la de los adultos. Dicho procesamiento psíquico permite también la conformación de una idiosincrasia, derivada de reacomodos estructurales en los nichos sociales básicos y complementarios de los seres humanos.
Si bien a los 16 aún no se tienen completos los desarrollos físico, social o económico, la senda hacia la autonomía ya se ha iniciado. Un adolescente, a los 16 años, ya ha fijado una postura social, sexual, familiar y, más importante, política.
El hecho de incluir a personas que se encuentran en este estadio de desarrollo en un derecho de decisión política, promueve el pleno ejercicio de la conciencia, y por tanto, reduce la reactividad que es característica de la adolescencia.
La premisa es simple. Si psíquica o fisiológicamente los jóvenes a los 16 años ya no son niños, pero tampoco adultos, resulta indispensable incluirles en una serie de reformas y mejoras para que, como sociedad, en el colectivo, alcancemos un desarrollo global e incluyente, y por tanto, lograr esa consolidación que nuestro país necesita.
Hoy en día se habla constantemente de la falta de oportunidades y educación de las juventudes, de los denominados “ninis” y las múltiples “problemáticas” relacionadas, aunque no exclusivas de los jóvenes. Pero ¿cuál sería una vía para poder expandir las oportunidades y realzar las capacidades de este sector de la población? La Organización Iberoamericana de la Juventud (OIJ), tradicionalmente ha concebido a esta etapa de la vida como una fase de transición entre otras dos: la niñez y la adultez.
En otras palabras, es llamado un “proceso de transición” en el que los niños se van transformando en personas autónomas, que también puede entenderse como una etapa de preparación para que las personas se incorporen en procesos productivos y se independicen respecto a sus familias de origen.
Existen en el mundo alrededor de mil 700 millones de personas jóvenes entre 12 y 24 años de edad. De ellas, mil 400 millones viven en los llamados países en desarrollo. La situación actual de la juventud en el mundo, ofrece una oportunidad sin precedentes de acelerar el crecimiento económico y reducir significativamente los niveles de pobreza. El Banco Mundial (BM) ha dicho que es necesario invertir en los jóvenes para impactar de manera definitiva a través de cinco fases: la necesidad de seguir estudiando, el inicio de la etapa laboral, adoptar un estilo de vida saludable, formar una familia y ejercer los derechos cívicos.
Desde el ámbito sociológico, se considera que la juventud inicia con la capacidad del individuo para reproducir a la especie humana, y termina con la asunción plena de las responsabilidades y la autoridad del adulto. No obstante, con el objetivo de homologar los criterios de los diferentes países, así como de tener una definición universal de juventud, la Organización de las Naciones Unidas (ONU), ha definido a ésta como las personas que se encuentran en el rango de edad de 15 a 24 años. Esto representa un parámetro para que cada nación establezca una definición propia. Por ejemplo, en la Comunidad Europea el rango de edad oscila entre los 15 y 29 años, mientras que para el caso de México es de 12 a 29 años.
La razón por la que los organismos internacionales ponen especial énfasis en estas fases, es que consideran que son las decisiones en esta etapa las que repercuten en mayor medida y a largo plazo en la formación y desarrollo del capital humano. En este sentido, también reconocen la necesidad de orientar las políticas e instituciones hacia tres sectores estratégicos: ampliar las oportunidades mediante un mayor acceso a servicios de salud y educación de mejor calidad; desarrollar las capacidades de los jóvenes para que la toma de decisiones sea producto de información completa y adecuada; y fomentar un sistema eficaz de segundas oportunidades a través de programas de compensación, que generen los incentivos necesarios para superar los efectos de decisiones desacertadas.
La relevancia del tema radica en la misma esencia de la juventud. ¿Qué tipo de ciudadanos queremos para nuestro país y para el mundo? Es necesario plantear políticas públicas enfocadas al fortalecimiento de las juventudes, iniciando con una participación ciudadana que permita la inclusión de estos temas en el quehacer de las esferas de gobierno de nuestro país, siendo necesario primero responder a la pregunta: ¿Qué queremos para nuestras juventudes?.