Abel García Hernández, Abelardo Vázquez Peniten, Adán Abraján de la Cruz, Alexander Mora Venancio, Antonio Santana Maestro, Benjamín Ascencio Bautista, Bernardo Flores Alcaraz, Carlos Iván Ramírez Villareal, Carlos Lorenzo Hernández Muñoz, César Manuel González Hernández, Christian Alfonso Rodríguez Telumbre, Christian Tomás Colón Garnica, Cutberto Ortiz Ramos, Dorian González Parral, Emiliano Alen Gaspar de la Cruz, Everardo Rodríguez Bello, Felipe Arnulfo Rosas, Giovanni Galindes Guerrero, Israel Caballero Sánchez, Israel Jacinto Lugardo, Jesús Jovany Rodríguez Tlatempa, Jonas Trujillo González, Jorge Álvarez Nava, Jorge Aníbal Cruz Mendoza, Jorge Antonio Tizapa Legideño, Jorge Luis González Parral, José Ángel Campos Cantor, José Ángel Navarrete González, José Eduardo Bartolo Tlatempa, José Luis Luna Torres, Jhosivani Guerrero de la Cruz, Julio César López Patolzin, Leonel Castro Abarca, Luis Ángel Abarca Carrillo, Luis Ángel Francisco Arzola, Magdaleno Rubén Lauro Villegas, Marcial Pablo Baranda, Marco Antonio Gómez Molina, Martín Getsemany Sánchez García, Mauricio Ortega Valerio, Miguel Ángel Hernández Martínez, Miguel Ángel Mendoza Zacarías, Saúl Bruno García. Nombres de todos los hombres que han desaparecido en nuestro país, a manos de la delincuencia organizada.
El 26 de septiembre de este año 2014, estudiantes de la Normal de Ayotzinapa fueron atacados por policías municipales de Iguala y Cocula, 43 de ellos fueron detenidos y entregados al grupo delictivo Guerreros Unidos, célula que hasta hace poco operaba bajo las órdenes del cártel de Los Beltrán Leyva. Seis personas más, tres de ellos estudiantes, murieron en el lugar de los hechos, mientras que 25 quedaron heridos.
A más de un mes de tan lamentables sucesos, Guerrero es un reflejo más de la realidad que hoy impera en nuestro país, el poder absoluto de los grupos delincuenciales en municipios y entidades estatales, como espiral sin final.
A primera vista, los acontecimientos sorprenden a propios y a extraños. Un alcalde prófugo, una esposa implicada con la delincuencia, que juntos controlaban Iguala; una policía coludida y a las órdenes de la delincuencia; un gobierno estatal que ha depuesto su responsabilidad y que hoy abandona su compromiso de gobernar bajo un signo distinto; fosas clandestinas, nada comunes, que al paso de los días se multiplican; relaciones de poder e impunidad al más alto nivel; una procuración de justicia que pende de un hilo; la gobernabilidad ausente; el estado de derecho fallido y la noción de paz, ni qué decir de la tranquilidad, tan lejana de la cercana posibilidad.
¿Falta algo más por suceder en Guerrero? ¡Sí! ¡Que aparezcan los estudiantes, vivos! ¡Que sean detenidos los autores –que de intelectuales no tienen nada– perversos, en todo caso, de esta brutal masacre! ¡Que se hagan públicas las relaciones y alcances de estos criminales con las autoridades de los tres niveles de gobierno!
Hoy todos nos encontramos indignados y ocupados más que preocupados. El país ha alzado la voz, los jóvenes han salido a las calles, han girado los reflectores a uno de los estados más convulsos del país. Las universidades se han hermanado con la Normal de Ayotzinapa, los movimientos estudiantiles llevan en sus pliegos petitorios que aparezcan vivos los 43.
Y después de que aparezcan, que comiencen las explicaciones, porque serán muchas las familias de los que hace tanto desaparecieron, quienes hoy querrán saber cómo sus familiares terminaron en una fosa común, en lugares a los que el Estado sólo tiene acceso una vez que ha ocurrido la tragedia.
Iguala desencadenó la opacidad de quienes nos gobiernan, mostró la capacidad de exterminio y el control de los criminales, dejó como destino final, el horror de un presente y el futuro incierto de nuestros jóvenes, como los 43 de Ayotzinapa. ¡Ni uno más!