Encuentro inesperado
En el Centro Histórico de la Ciudad de México, en la calle Justo Sierra número 71, se encuentra un edificio con amplios ventanales y muros al estilo colonial que vislumbran discretamente en su portón macizo de madera, un par de estrellas de David. Entre comercios de litografía y el paso constante de personas, resulta inimaginable concebir que en su interior resguarde a la Sinagoga Nidje Israel (reproducción fiel de un templo ubicado en Lituania), que cobijó a miles de inmigrantes judíos en el siglo XX y que actualmente es conocida como Sinagoga Histórica Justo Sierra.
Al ingresar al recinto se aprecia una segunda edificación color blanco, inspirada en la arquitectura neorrománica, donde se encuentra la Sinagoga Nidje Israel, que se inauguró en 1941. Desde el primer piso se observa la ornamentación dorada del Arón Hakodesh, o bien, Arca Sagrada, similar a un altar mayor, donde tras un telar azul se resguarda un pergamino con los cinco libros de Moisés que condensan la sabiduría y el pensamiento judío, conocido como la Torá, documento que fue protegido cuando la Sinagoga abrió sus puertas como espacio cultural.
En la parte superior del Arón Hakodesh, una corona se posiciona sobre las tablas de los diez mandamientos custodiadas por un par de grifos, entes mitológicos sumamente poderosos que se destacan por tener patas y cola de león, con cabeza y alas de águila. Mientras en cada costado del altar se ubica un candelabro dorado con siete brazos, símbolo nacional judío.
Cuando la Torá, texto sagrado que constituye la base y el fundamento del judaísmo, va a ser leída, se le traslada a la Bimá o Tevá, una especie de púlpito que por sus dimensiones y ebanistería fina la posicionan como la más grande del país. Desde el segundo piso se visualiza a detalle la inmensidad del candelabro, así como el techo pintado en su totalidad con colores vivos que recuerdan los templos que existían en Rusia y Polonia; también se puede apreciar un mural que representa el Jardín del Edén.
En esa área, denominada como la galería de las mujeres, se contempla la magnitud de la Sinagoga, espacio en el que predomina la tranquilidad; mientras sus visitantes observan esta obra arquitectónica que los traslada a otra época, es difícil creer que se ubique detrás de muros neocoloniales.
Los judíos en las vecindades de La Merced
¡Los judíos mataron a Jesús! ¡Los judíos tienen cuernos y cola!, son ideas distorsionadas, estereotipos y prejuicios falsos, que eran divulgados en pequeñas iglesias de México aún en el siglo XX. Este es uno de los motivos por los cuales la Sinagoga Histórica Justo Sierra abre sus puertas al público y difunde la historia del pueblo hebreo con todos sus matices, explica Mónica Unikel, directora del recinto cultural, en entrevista exclusiva con El Ciudadano.
“El mensaje es que vengan a conocernos, la entrada es gratuita; es importante que visiten el lugar porque muchas veces la gente piensa que somos herméticos, que escondemos algo detrás de las puertas, que tenemos costumbres muy raras. Todo ello debe contrarrestarse, pero sólo se logrará mediante un encuentro real entre seres humanos, para entender que todos somos iguales aunque con costumbres diferentes; que hay gente buena y mala, rica y pobre, preparada e inculta, porque somos un pueblo como todos”, asegura la directora.
Mónica, quien desde hace 20 años conduce visitas guiadas a las vecindades que habitaron los inmigrantes semitas, recuerda que la comunidad judía se estableció en los alrededores del Barrio de La Merced. A principios del siglo XX, la Ciudad de México fue el refugio de muchas familias provenientes de Siria, Grecia y Turquía que huían del extinto Imperio Turco Otomano. En condiciones paupérrimas, viajaron a América con la expectativa de ingresar a los Estados Unidos, sin embargo al establecerse cuotas migratorias por el incremento de indocumentados, nuestro territorio se convirtió en una alternativa de residencia.
En los inicios de los años veinte, una segunda oleada de judíos originarios de Rusia, Polonia, Hungría, Lituania y Alemania ingresó a México con la esperanza de mejorar sus condiciones económicas, huyendo del antisemitismo y de la Revolución Bolchevique.
A pesar de las diferencias culturales, Mónica Unikel expone que los judíos recrearon sus costumbres en libertad y con la posibilidad de obtener oportunidades de crecimiento económico, que con los años les permitió traer a familiares que habían dejado en su país de origen. Ahora su hogar serían las vecindades de La Merced, ubicadas en las calles de Soledad, Loreto, Moneda, Academia, Justo Sierra y, principalmente, Jesús María.
Asimismo, recuerda que los inmigrantes que tenían una profesión no pudieron ejercerla en México, por lo que el 90% se dedicó a vender mercancías en las calles y en los mercados. Con el tiempo se les denominó “aboneros” porque ofrecían mercancía a plazos, lo que a su vez permitía que la gente más pobre tuviera acceso a productos que de otra manera no podía adquirir.
Los comerciantes semitas empezaron a establecer tiendas de abarrotes, panaderías, boneterías o talleres de costura, donde ofrecían productos tradicionales, lo que a su vez les permitía preservar su identidad. La directora de la Sinagoga cuenta que “en un sólo cuarto de vecindad o en pequeños departamentos vivía una familia completa o muchos hombres inmigrantes, y además de ser su dormitorio eran sus talleres. Por ejemplo, por las mañanas todos almorzaban sobre una mesa, que posteriormente ocupaban para confeccionar ropa. Todo inició en estos cuartos que poco a poco fueron creciendo hasta crear industrias.”
Por otra parte, Mónica Unikel explica que las diferencias en el idioma, la vestimenta, las tradiciones e incluso en los rasgos físicos, no fueron impedimento para adaptarse al entorno, debido a que la convivencia entre migrantes dentro de las vecindades fue amistosa, de respeto y apoyo mutuo, lo que les permitió superar obstáculos. Asimismo la población mexicana los recibió sin inconvenientes en la mayoría de los casos.
Aunque señala: “Cuando Hitler subió al poder se filtró propaganda antisemita a México por conducto de la embajada alemana. Se empezaron a conformar grupos como el Comité Pro-Raza, La Liga Anti-China y Anti-Judía, Los Camisas Doradas, que bajo el argumento de ser movimientos nacionalistas, realizaron algunos ataques contra los judíos, pero el gobierno nunca les ofreció apoyo.”
Por el contrario, en 1912 se creó la Sociedad de Beneficencia Alianza Monte Sinaí, que agrupó en un templo masónico a todos los judíos que vivían en México, porque su objetivo primordial era contar con un panteón propio, que lograron establecer en 1914. Cuatro años más tarde, la Alianza obtuvo el reconocimiento oficial del gobierno mexicano y ese mismo año compraron una casa ubicada en la calle Justo Sierra, para construir la primera sinagoga de México, llamada Monte Sinaí. La segunda sinagoga de los judíos de Alepo Siria, fue construida en la Colonia Roma en 1931, mientras que la tercera es precisamente la Sinagoga Nidje Israel, imitación de la de Shavel, Lituania, actualmente conocida como Sinagoga Histórica Justo Sierra, y que se inauguró en 1941.
Mónica Unikel asegura que para la comunidad judía, el Centro Histórico fue un lugar lleno de vida por más de 25 años, donde existía mucha convivencia entre los inmigrantes de la zona. “No obstante, vivieron momentos difíciles durante la Segunda Guerra Mundial, pues estaban desesperados por saber la situación de parientes que permanecían en Europa, las cartas dejaron de llegar y no hubo noticias hasta meses después. Eran momentos complicados y a su vez emocionantes, porque en México tenían un lugar propio a través de las sinagogas que les recordaban a las de sus países, se sentían arropados y seguros, y fue a partir de estos lugares donde se volvieron parte de este país”.
La Restauración
Con el paso del tiempo, las condiciones de vida mejoraron y los judíos se mudaron a diversas colonias como la Roma, Hipódromo Condesa, Narvarte y Álamos, lo cual ocasionó la dispersión y el abandono del Centro Histórico.
Esta situación devino en la decadencia de la Sinagoga Histórica Justo Sierra durante los años sesenta y setenta. Hasta que a mediados de los ochenta una familia judía de apellido Herrera se encargó de organizar una vez por semana las oraciones en este templo. El proyecto duró sólo algunos años debido a que ya no se reunía gente suficiente para iniciar los rezos, pues mínimo se requería la presencia de diez varones mayores de 13 años.
Finalmente, en el 2008, la Autoridad del Centro Histórico retomó esta zona para su mejoramiento, reubicó a los vendedores ambulantes y realizó consultas sobre el futuro de la Sinagoga que había sido afectada por la humedad y la suciedad. Mónica relata: “me invitaron a una reunión para conocer mi opinión, les propuse restaurar este lugar y abrir sus puertas para que todo el mundo tuviera la oportunidad de conocer la espectacular sinagoga. Con este propósito los dirigentes comunitarios realizaron una colecta para reunir fondos.”
Se obtuvieron los donativos económicos y en especie; además, ingenieros, arquitectos y un equipo de restauradores que respetaron su estructura original, se dedicó a devolverle el esplendor para llevar a cabo su reinauguración el 13 de diciembre de 2009.
En este proceso se trabajó sobre el deterioro de la fachada interior, se cambió en su totalidad el piso del patio y del interior. Igualmente, se retocaron las pinturas murales del techo, los muros de la parte alta y las columnas que imitan el acabado de mármol. Las maderas de las puertas y la Bimá fueron lijadas y barnizadas en su tono natural.
La parte frontal del Arca se limpió de polvo y microorganismos muertos, para devolverle el brillo a la hoja de oro. El candil central, que posee alrededor de 500 piezas, tuvo que ser desarmado, se sacaron moldes para fabricar de nuevo los fragmentos faltantes o rotos y se procedió a enderezar las piezas dobladas.
Mónica Unikel señala que la entrada a la Sinagoga es gratuita, aunque son bienvenidos los donativos para mantenerla en buen estado de conservación. Sus puertas están abiertas de domingo a viernes de 10:00 a 17:00 horas. Para conocer este recinto cultural el público tiene varias opciones, una de ellas son las visitas guiadas que se efectúan el primer y tercer domingo de cada mes, a las 11:30 desde el Jardín de Loreto (para ubicar el barrio de los inmigrantes) hacia la Sinagoga, el donativo es de 40 pesos.
Otra alternativa son las visitas autoguiadas, en las que se proporciona material escrito para que el visitante conozca el recinto cualquier día y a su propio ritmo; este material es gratuito, a menos que se desee conservarlo a un costo de 25 pesos. Por otra parte, el segundo domingo de cada mes, se realiza un recorrido de dos horas por el Barrio de La Merced donde se asentaron los inmigrantes judíos. Se visita la Sinagoga Monte Sinaí, que no está abierta al público, y se recorren las calles de Guatemala, Academia, Justo Sierra, Loreto y Jesús María, donde existían establecimientos judíos así como sus vecindades; el donativo es de 120 pesos.
También se ofrecen visitas especiales que se anuncian en su página web y en las redes sociales, en las que se brinda información sobre los judíos en tiempos de la Colonia y la Inquisición, o los judíos en la Colonia Roma. De igual manera organizan conciertos, presentan películas relacionadas con la migración judía en la Ciudad de México, exposiciones de libros, seminarios y, el último miércoles de cada mes, participan en las Noches de Museos.
Mónica Unikel asegura que “poco a poco, de boca en boca, se ha logrado que la sinagoga ya no sea un lugar de judíos para los judíos, sino un lugar de los judíos para el mundo”.
La aportación de dos naciones
“El primer aspecto que se debe entender, y que mucha gente no comprende, es que ser judío y ser mexicano no es una contradicción, puedes tener una identidad y una nacionalidad que no chocan. Actualmente hay alrededor de 40 mil judíos en el Distrito Federal y el Área Metropolitana, y 45 mil en todo el país; es decir, cabemos tres veces en el Estadio Azteca, se cree que somos más, pero no, de ese tamaño es la comunidad judía en México”, asegura Mónica Unikel.
Con esta fusión de culturas se han efectuado aportaciones entre naciones. Un ejemplo de ello, son personalidades destacadas en México como la dramaturga Sabina Berman y el director de cine Michel Franco; en el ámbito científico, el doctor Marcos Moshinsky; en las artes plásticas, Arnold Belkin; mientras que en el ámbito de comunicación, Leo Zuckermann, así como Jacobo Zabludovsky, quien precisamente acudió a la Sinagoga Histórica Justo Sierra para contar su historia de vida debido a que nació en el Barrio de La Merced (fue quizá su última aparición pública en México).
También son dignos de mención los arquitectos Enrique Norten, Abraham Zabludovsky, (hermano de Jacobo), y el chef Daniel Ovadía. Asimismo, la comunidad judía creó el Banco Mercantil de México, actualmente BBVA Bancomer y participaron en la fundación del Banco Nacional de México (Banamex); mientras que Jacobo Granat fue uno de los pioneros del nacional .
Al concluir, Mónica Unikel agradeció a México “por abrir las puertas a nuestros abuelos inmigrantes y brindarnos libertad, oportunidades y una identidad mexicana”.