La vida de la cantante Viola Trigo es una fascinante colección de entrañables anécdotas por las que desfilan los grandes intérpretes y compositores de la denominada “Nueva Canción”. En sus vivencias al lado de su esposo, el gran compositor Guadalupe Trigo, brilla una época de oro de la canción popular latinoamericana, con figuras como Chabuca Granda, Atahualpa Yupanqui, Silvio Rodríguez, Mercedes Sosa y muchos más.
María Viola Esperanza Tapia Flores: Viola Trigo, una dama elegante y a la vez sencilla y cálida, quien fue reconocida por Movimiento Ciudadano al otrorgarle, el 10 de febrero del presente año, la “Presea Benito Juárez Ciudad de México, al mérito Ciudadano”, nos comparte en esta edición de El Ciudadano algunas experiencias de su rica y variada vida, llena de andanzas musicales y coincidencias extraordinarias.
La herencia musical
“Mi abuela fue concertista en su natal Mérida. Ella venía de una familia de artistas, fundadores del Teatro Regional de Yucatán. La primera en ponerme la guitarra en las manos fue ella, por eso la considero la persona que me inició en la carrera musical”.
Viola pisó su primer estrado los seis años en una fiesta escolar, donde su mamá la vistió de negrita y cantó la Negrita Cucurumbé. “Cada vez que salgo a un escenario, tengo esa imagen de niña”, nos dice.
No obstante, confiesa que ella no quería ser cantante, y que a los 11 años, coordinando una fiesta para la iglesia de su pueblo, descubrió su vocación de productora, oficio al que retornó en diferentes ocasiones a lo largo de su vida. “Yo llamaba a la gente para que cantara, para que tocara y recitara. Un señor tenía un violín y otro una guitarra, eran los únicos músicos que había. Un día no me alcanzó para pagarles y llore. Ese tipo de cosas te van formando en la vida”.
Viola aprendió inglés y comenzó a trabajar en publicidad en la Ciudad de México antes de cumplir los 15 años. “En una fiesta en la Colonia del Valle estábamos jugando a los castigos y me tocó cantar. Había muchos músicos, entre ellos Nacho Méndez y Francisco Herrera. Se me acercó Nacho y me dijo ‘Nos gustó cómo cantaste. ¿No te interesaría entrar al grupo?’”
Se trataba de un cuarteto que cantaba en eventos; pero que al poco tiempo fue descubierto por el representante de artistas Sergio Núñez Falcón, quien los invitó al programa de televisión ‘Club del Hogar’. “Gustó muchísimo el grupo, al grado de que tuve que dejar la publicidad, porque lo que ganaba en un mes, lo ganaba en un día en la televisión”.
“Luego entré a la Escuela Libre de Música. Tomé clases con maestras de canto de Bellas Artes, y guitarra con el maestro Juan Helguera. Fui también un tanto autodidacta. Entre hogar y trabajo fue difícil formarme con el profesionalismo que yo hubiera querido. Me hubiera encantado cantar ópera, por ejemplo”.
La voz de Mary Poppins
“Todo ha sido por selección”, prosigue la maestra Trigo. “Por mis actividades de publicidad, me invitaron los hermanos Salazar a hacer comerciales. Ellos ya trabajaban en los Estudios Disney en México, cuyo director era Edmundo Santos, quien me pidió que hiciera la prueba para la voz hablada y cantada de Julie Andrews en Mary Poppins. Esto se mandó a Estados Unidos y al poco tiempo llegó un telegrama de los estudios Disney diciendo que mi voz había sido la seleccionada para el doblaje”.
“La algarabía era tremenda, pero también la responsabilidad. Julie Andrews era una cantante de primerísimo nivel. Yo tenía a mi favor muchas tablas en el doblaje y muy buena dicción. Decidí hacerlo. Le gustó muchísimo al señor Disney. Mis compañeros trabajaron también en los coros.
“Después de que la película fue premiada, el señor Walt Disney hizo un evento en 1965 para reunir a todos los que participamos en el doblaje de Mary Poppins a nivel mundial. Ahí lo conocimos y nos invitó al proyecto de una película que tenía en archivo que se llamaba El Blanco.
“Con la muerte de Disney en 1966 todo se paró. Me retiré del grupo, que se llamaba ‘Los Tres con Ella’, y me fui a Monclova un año. Cuando regresé empecé a trabajar como si nada en publicidad otra vez”.
Alfonso Ontiveros y Guadalupe Trigo
“Era el cumpleaños de la secretaria del director de la agencia y una de las compañeras propuso que fuéramos a celebrar a un café cantante, que empezaban a estar de moda. Se llamaba el Café Ipanema. Lo primero que vi fue al que iba a ser mi marido tocando la guitarra maravillosamente”.
Entre risas, la maestra Trigo cuenta que “en algún momento, oigo en el micrófono, ‘se acuerdan ustedes de la canción del Supercalifragilístico… pues se encuentra entre nosotros Viola’. Me daba vueltas la cabeza, tenía un año de no cantar para nada el tema, yo sólo me sabía la parte que me tocaba, pero ahí fui a cantar. Esto fue un 14 de febrero, además. En fin, que así fue como nos conocimos”.
“Él acababa de egresar de la Facultad de Derecho de Yucatán. Se graduó y le entregó el título a su papá. Le dijo ‘aquí está lo que me pediste, no es mi camino, me voy porque quiero hacer música’. Se vino a la Ciudad de México con un trabajo en la Notaría No. 2, enfrente de Bellas Artes, y en las noches tocaba en el café cantante. El maestro Helguera fue su mentor, el que lo incitó diciéndole que no se podía quedar en Mérida porque iba a acabar tocando en los bares y las cantinas”.
“Juan Helguera ya vivía en México y tenía un círculo de amistades fuertísimas: José Emilio (Pacheco), Renato Leduc, (Augusto) Monterroso, y otros varios periodistas y poetas. Con ellos tuve la oportunidad de escuchar pláticas maravillosas y eso fue muy importante para mí”.
“Nos casamos en el 69. Yo seguí haciendo mi trabajo de productora. Un día llegó y me dijo: ‘ya me aburrí de lo que canto’. Le dije que me parecía que era tiempo de que empezara a componer sus propias cosas. Esa misma noche llegó con un ramo de rosas rojas y me dijo: ‘ya tengo la primer canción’. Una canción bellísima que se llama Mirar el amor. El único que la grabó fue José José, que era amigo nuestro, ellos alternaban en el bar Los Cazadores”.
Por aquel entonces, él aún se llamaba José Alfonso Ontiveros Carrillo. Cuando hablaban de su música, Viola solía insistir en que se había dejado de componer música mexicana y sólo se hacían canciones románticas.
“El 68 tuvo un gran impacto para muchos de nosotros. Enfrente de la oficina donde yo trabajaba estaban pintando paredes para la campaña de Echeverría. A partir de ver eso, él compuso El morral, la yunta y el reboso, una crítica a las campañas sexenales. Esa canción ganó un concurso y así empezó a destacar en el movimiento social”.
Poco después compuso y le mostró al productor Rubén Fuentes la canción Mi Ciudad, quien le comentó “ya me rompió usted la madre”, y le dijo que quería producir el disco.
“De la misma disquera le dijeron que era importante que buscara un nombre más adecuado a su música. Primero nos opusimos, pero luego yo, como publicista, le dije que tenían razón. En aquella época estábamos con el libro José Trigo. Un día me dijo que ya tenía el nombre: ‘Guadalupe Trigo’. Me gustó de entrada, por todo lo que implicaba, tenía muchas cosas positivas, muchas raíces”.
“Me casé con José Alfonso Ontiveros Carrillo un año y viví 12 con Guadalupe Trigo. Para no decirle Alfonso en público, le decía ‘mi amor’, o ‘mi vida’. Yo fui la primera que tuve que acostumbrarme al nuevo nombre”.
“Para mí, la obra más exquisita que hizo Guadalupe fue el disco Poetas y Lugares. En República Dominicana fuimos a un festival que se llamaba Siete días con el pueblo. Era totalmente de izquierda. Silvio (Rodríguez) y (Noel) Nicola iban por Cuba; a Gloria Martín, una compositora muy fuerte de Venezuela, no la dejaron entrar; Ana Belén y Víctor Manuel vinieron de España; Mercedes Sosa venía de Argentina. Así que ya estábamos en la línea cultural absolutamente, ya no teníamos interés en los boleros ni nada”.
La amiga y el padrino
“Una noche estábamos viendo el programa de Zabludovsky y nos enteramos que iban a presentar a Chabuca Granda. Cuál va siendo mi sorpresa cuando veo que trae el disco de Guadalupe bajo el brazo. Resulta que Jaime Almeida, que la había llevado al programa, le había mostrado el disco de Guadalupe. Entonces, Chabuca, en esa entrevista de Zabludovsky, dijo, ‘me acabo de encontrar con uno de los mejores compositores que he oído de América Latina’. Yo casi me caigo de la cama”.
“La contactamos inmediatamente. Se volvió una amistad lindísima, éramos sus músicos cada vez que venía a México. Ella y yo cantábamos a dueto una canción, que por cierto la compuso aquí en el Hotel Génova, se llama Me he de guardar. Yo digo que era su testimonio de cómo quería ser enterrada”.
“Con Chabuca fuimos a España invitados por María Dolores Pradera, para hacer un especial en Radio y TV Española”. Entre muchos que asistieron a ese evento, estuvo el maestro Atahualpa Yupanqui.
“Como me conoció embarazada de mi tercer hijo, me dijo que quería apadrinarlo. Pero que como no sabía dónde nos iba a tocar ni a él ni a mí, nos invitó a comer al día siguiente y me entregó un sobre con dólares. ‘Voy a ser un padrino simbólico’, nos dijo, y me dio la canción del homenaje a Javier Solís, de quien era amigo porque compartían el mismo oficio de carniceros”.
“Coincidimos en Barcelona don Atahualpa, Chabuca, María Dolores Pradera, Mercedes (Sosa), Roberto Darvin, Guadalupe y yo. Estábamos en un piso que tenía balcón grandecito (el lugar se los había facilitado Joan Manuel Serrat, quien no estaba presente). Empezó la fiesta desde temprano, ya eran las 11 de la noche y nosotros seguíamos cante y cante. Cuando le tocaba al maestro Yupanqui, sale un vecino de arriba a gritarnos que nos calláramos. Voltea Yupanqui y le dice, ‘perdone usted, señor, ya ésta es la última y nos vamos’. ¡Si aquel señor hubiera sabido que tuvo ahí el espectáculo de los dos millones de dólares…!”
Después de Guadalupe
“Alberto Cortés escribió una cosa bellísima en su libro acerca de Guadalupe: ‘Ojalá no descanses en paz, Guadalupe. No nos merecemos tu ausencia’. Pero la música está ahí. La gente que hace música, no muere, y eso es lo más importante de todo. Su trabajo fue muy digno, hecho con muchísimo amor y dedicación. Yo nunca estuve ni atrás, ni delante de él, siempre a su lado”.
Guadalupe Trigo murió en 1982 en un accidente automovilístico. “Cuando él se va, yo decido retirarme; pero un día llega un grupo de muchachos de la UNAM, de Filosofía y Letras, a pedirme expresamente que no dejara de cantar. Traían ya el proyecto de un poster para mis presentaciones en el auditorio ‘Che Guevara’. Me propusieron conseguir todo, me convencieron y empecé a hablar con los músicos. Unos pocos tuvieron disposición y así empezó mi carrera como Viola Trigo. He recorrido 18 países hasta la fecha”.
Nos aclara que, a lo largo de su matrimonio, ella nunca adoptó el apellido artístico de su esposo. “Él siempre me presentaba como ‘mi esposa, Viola’; pero la última vez que cantamos juntos en la UNAM, dijo: ‘con ustedes la señora Viola Trigo’. Fue muy raro, yo hasta pegué el brinco. Cuando estos muchachos fueron a verme, me dijeron ‘señora, le vamos a poner Viola Trigo, esperamos que no se moleste’. Les dije que ya Guadalupe me había dicho así”.
La promotora cultural
“Cuando la cultura se ama, se logra. Aunque, siento que todavía nos falta mucho por hacer”, declara Viola Trigo, quien también ha desarrollado un trabajo de muchos años de rescate y promoción de la cultura y la música mexicana.
“En 1988, fundamos el ‘Grupo Impulsor de la Música Representativa de México’, la señora María de Lourdes y yo, junto con otros compañeros que después se unieron.
“El grupo funcionó muy bien, porque se logró capacitar a jóvenes, desde la manera de cómo vestirse. Nos dieron el Teatro de la Ciudad los lunes, teníamos muy buen mariachi y el teatro se nos atascaba. En el primer aniversario estuvieron Lola Beltrán y Amalia Mendoza (“La Tariácuri”). Imagínate a esos monstruos en el escenario, fue verdaderamente impactante”.
“Lamentablemente la señora María de Lourdes se nos fue en el 97 y esto se cortó. Yo creo que ahora lo que nos falta es eso. Hay mucha gente de mucho valor que no sabe qué hacer”.
En Nuevo Laredo, Tamaulipas, Viola fundó la asociación civil Cultura Fronteriza, con la que se logró rescatar la estación de trenes para convertirla en ‘Estación Palabra, Gabriel García Márquez’, cuya inauguración fue apadrinada por el mismo escritor que viajó desde San Antonio para el evento.
Otro éxito ha sido el Museo José Reyes Mesa, dedicado al último de los muralistas de la vieja escuela, autor de los murales del Casino de la Selva, de Cuernavaca, destruidos en 2001 para poner un Costco.
Además, nos dice, maneja para CONACULTA el programa Raíces del Nuevo Canto. “Ahora estoy con ‘Para no olvidarlos’, que es un homenaje a los clásicos de la música tradicional mexicana y sus grandes intérpretes. Me voy de gira a diversos festivales en el interior de la República. También estoy en el programa cultural ‘Leo, luego existo’, de Bellas Artes, con lecturas de autores mexicanos en su mayoría”.
Importancia de la educación musical
Viola lamenta que la música popular mexicana se encuentre empantanada actualmente. “Los mismos compañeros han tenido que limitarse en sus creaciones, porque no hay espacios, no hay cómo venderla.
“Estoy asombrada de que en las escuelas no se haya considerado la música. Yo no sé a quién atribuirle esto. La música es sumamente importante para el crecimiento de la persona. Es fundamental para la formación intelectual, para la pertenencia, para todo. Considero que es un trabajo al que el Estado le tiene que poner mucha atención”.
“Hay quienes cantan canciones mexicanas como Luis Miguel, Alejandro Fernández, Lucero, pero son lo mismo de siempre, ya no hay composición. Seguimos en las mismas canciones de amor y contra ellas. No hay un buen festival que aliente a los muchachos a componer”.
“Por ejemplo se podría convocar a través de las delegaciones en la Ciudad de México, a un festival musical y poético donde los muchachos hablen de su medio ambiente, o de lo que pasa en su colonia. Esas cosas hacen falta”, concluye la maestra Viola Trigo.