(Primera parte)
En sus 115 años de existir, varios de los productos notables de la empresa han sido señalados como nocivos al medio ambiente o a la salud
Con la firma de tratados como el Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica (TPP), se instala a nuestra puerta un profundo interés de multinacionales de la agroindustria en pos del mercado en México. No lo podremos soslayar.
El asunto va más allá de una cuestión de productividad para el campo. La agricultura industrial impone un nuevo modelo de producción: la agricultura por contrato.
A primera vista, todo el tema se vende como una gran oportunidad para el agro, cuanto más para un empobrecido campo mexicano. Pero, como mucho en esta vida, también trae letra de la chiquita, el tema que comprende el binomio herbicidas y transgénicos, una tecnología con un gran jugador: Monsanto.
El uso de semillas GM (genéticamente modificadas), es un asunto con efectos múltiples. Hay consideraciones de salud, ambientales, sociales, económicas, legales, de soberanía alimentaria. No es un asunto menor.
Es válido preguntarnos si el Estado tiene las herramientas jurídicas y la fortaleza institucional para lidiar con el tema del uso de herbicidas y semillas genéticamente modificadas, y con patente.
Hay un interés manifiesto de la multinacional por una “reforma agrícola” en México y las oportunidades de este nuevo mercado. (El País, sección internacional, México, del 6 de marzo de 2016).
Monsanto es fundada en 1901 en San Luis, Missouri, USA. La que fue una incipiente empresa de la industria química hoy es un gigante que domina la parte del león en los mercados de agroquímicos y biotecnología aplicada a la agricultura.
En sus 115 años de existir, varios de los productos notables de la empresa han sido señalados como nocivos al medio ambiente o a la salud: sacarina, los PCB, el Agente Naranja de la Guerra de Vietnam, la somatropina bovina.
El paquete agroquímico actual que pretende imponer en cuanto terreno esté disponible en cualquier parte del planeta, es el “combo” RoundUp Ready. Un paquete de herbicida Roundup y semilla modificada genéticamente con la inserción de una secuencia de bacterias resistentes al glifosato, el componente principal del herbicida. Así, la promesa es de un agente químico que mata a la vida vegetal con una sola distinción: la semilla modificada genéticamente.
El impacto de esta tecnología va mucho más lejos del mundo perfecto de alta producción y bajo o nulo riesgos, ambiental y contra la salud, que nos promete la publicidad de Monsanto.
Este sistema es también un cambio en cuestión de tecnología agrícola toda vez que se trata de sembrar sin labranza. Un paso para minimizar los costos de mano de obra y preparación de tierras. Cosechar sin cultivar.
Pero en esta ecuación idealizada por Monsanto ha intervenido una variable indiferente a la promesa de bajos costos, altos rendimientos y mínimo impacto ambiental: la capacidad evolutiva de la vida vegetal.
Desde 2001, estudios han mostrado que la eficacia herbicida del Roundup se ha erosionado por la aparición de hierbas resistentes al glifosato. Esto es más notable en las especies que suelen crecer en los cultivos de soya y otras especies de semillas transgénicas. Aquí podrá encontrar el resultado del estudio: www.mindfully.org/GE/GE2/RRS-Troubled-Benbrook.htm
Esto incrementó, de manera explosiva, la cantidad de herbicidas usado por los agricultores, lo que eleva sus costos. El uso de glifosato en los cultivos se ha disparado con un aumento de 144.37 millones de kilogramos en 13 años. Según el Departamento de Agricultura de los USA, casi 15 millones de kilos se aplicaron en cultivos de soya, tan sólo en 2001. Más información en: (www.sourcewatch.org/index.php/monsanto%27s_Roundup_Ready_Controversy )
Y eso sólo en la soya, sin contar los cultivos de maíz, algodón y “canola”. En la siguente edición continuaremos informando sobre esta situación.