Ese es el título y primer estribillo de una muy popular canción compuesta en los años 60 del pasado siglo XX, por el destacado músico e intérprete mexicano José Ángel Espinoza “Ferrusquilla”, y que he seleccionado para encabezar mi colaboración en este medio, al pensar que el gobierno ante su clara ineficiencia, ha ido enderezando sus baterías mañosamente, tratando de culpar al ciudadano de muchos de los retos y problemas que afrontamos.
Revisando un cúmulo de información surgida de diversas fuentes y publicadas lo mismo en medios impresos o difundidas en medios electrónicos y las redes sociales, me encuentro con que mucho del tratamiento y orientación de su contenido nos hace pensar que somos nosotros, los ciudadanos, los culpables de muchas situaciones negativas que ocurren y afectan el desarrollo conjunto del país, lo cual es totalmente falso.
Vayamos por partes. En primer lugar, mucha información que consumimos los ciudadanos parte invariablemente desde las oficinas gubernamentales, toda vez que el esquema difusor oficialista así lo ha diseñado como parte del sistema de control sociopolítico bajo el cual opera y que pretende justamente confundirnos y desorientarnos. Eso es lo que suelen hacer como práctica cotidiana la mayoría de nuestras autoridades.
Todo ese bagaje noticioso lo orientan perversamente para hacernos pensar que los gobernantes son unas blancas palomas, grandes servidores públicos, y que la gente “de a pie”, o sea los gobernados, debemos saber y creer lo que ellos nos proporcionan como información. Nada más falso, desde luego. Analicemos tres circunstancias contemporáneas concretas para derribar el mito de que los ciudadanos somos culpables de muchos de los males que como sociedad padecemos.
Desorden urbano.- El caos generalizado en el que vivimos en muchas de las metrópolis, no sólo en el Valle de México, se debe a que quienes han sido autoridades en su momento, han sido cómplices para generar el desorden urbano en el que habitamos, donde se autorizan a placer construcciones (ilegalmente desde luego), se modifican usos de suelo a conveniencia y se permite la construcción de vialidades mal trazadas y de baja calidad. El ciudadano aquí jamás ha opinado, porque difícilmente las autoridades quieren consultarle.
Contaminación ambiental.- Este es otro reto que los gobiernos en sus tres ámbitos no han sabido acometer organizada y conscientemente, y que lejos de asumir con profundo sentido de responsabilidad, lo trasladan al ciudadano, tratando de hacernos sentir culpables. ¡Momento, damas y caballeros! El transporte público carece de pies y cabeza porque se ha solapado por décadas, en función de intereses económicos y partidistas, el otorgamiento de placas y concesiones, provocando la anarquía y desde luego el sufrimiento de los usuarios por la baja calidad de los servicios. ¿Culpable el ciudadano de las corruptelas de concesionarios y permisionarios amafiados con las autoridades? ¡Claro que no!
Seguridad.- Los ciudadanos pagamos impuestos directos e indirectos, como si viviéramos en una nación desarrollada, y recibimos a cambio migajas y remedos de servicios públicos, mismos que padecemos y toleramos. Muchas veces –como habitantes de una comunidad- prácticamente “no tenemos de otra”, pero todos los días arriesgamos más de lo debido, soportando indignamente humillaciones por parte de las autoridades, que han sido rebasadas por numerosos conflictos de intereses, viendo afectada severamente nuestra calidad de vida.
Así las cosas amigos nuestros, resulta fácil deducir que los menos culpables en esta película de terror que protagonizamos diariamente, somos los ciudadanos. De lo único que sí se nos puede culpar es de nuestra falta de compromiso y responsabilidad para participar e involucrarnos, tratando de evitar llegar hasta donde hoy estamos como sociedad.