Turquía es pieza clave de la nueva reconfiguración del equilibrio mundial. El intento de golpe de Estado que llevaron a cabo las fuerzas militares de ese país, debe ser entendido como una lucha de poder entre las principales potencias mundiales y regionales. Este suceso forma parte de un conjunto de eventos de trascendencia internacional que conforman un nuevo escenario mundial, como la anexión rusa del territorio de Crimea, el fortalecimiento del Estado Islámico, el Brexit y el cisma intraeuropeo, así como la conformación del Banco de Desarrollo de China.
En el golpe de Estado de Turquía es innegable el apoyo directo de la Unión Europea y Estados Unidos al ejército turco. Como en el pasado, este país es fundamental para los intereses de las potencias. La posición privilegiada de Turquía le permite llevar a cabo alianzas geoestratégicas como la que realizó en la Primera Guerra Mundial con el Imperio Alemán y el Austro-Húngaro y cuyo dramático resultado fue la desaparición del legendario Imperio Turco-Otomano. Después de la Segunda Guerra Mundial, la posición turca fue oportunista y vacilante, siendo pieza clave de la estrategia de contención de EUA contra la Unión Soviética. Los conflictos internos, así como los repetidos golpes de estado llevados a cabo por el ejército, provocan que este país sea visto por las potencias como un aliado inestable, pero necesario. Cualquier proyecto que busque la estabilidad de la zona de Medio Oriente y la región del Cáucaso debe considerar a Turquía como un aliado prioritario y estratégico. Desde la Guerra Fría, distintas administraciones estadounidenses vieron en Turquía e Israel a dos aliados estratégicos que servirían para detener la expansión del comunismo y los movimientos nacionalistas pan-arabistas.
Para entender el caso turco desde una perspectiva internacional, es necesario analizar la influencia de Israel en la zona de Medio Oriente. En conjunto con EUA y la UE, la postura de la política exterior israelí consiste en llevar a cabo una estrategia de contención agresiva contra el fortalecimiento de grupos islámicos radicales como el que representa el Estado Islámico en la región. El bloque occidental no puede tolerar que grupos religiosos radicales crezcan en Turquía y provoquen una desestabilización mayor. La apuesta occidental busca apoyar formas moderadas, laicas y progresistas que sirvan a sus intereses.
El bloque occidental ha chantajeado a Turquía durante décadas. Después de la Guerra Fría sigue siendo un “amigo incómodo”, un aliado necesario pero inestable. La UE busca mantener a Turquía más cerca de Europa que de la zona asiática, pero condiciona su entrada a la Unión por tener una república débil, dominada por intereses y grupos militaristas. Son muchos los factores que obligan a la UE a mantener una postura reservada sobre el caso turco. La política exterior y de seguridad común europea descansa en gran medida en la estabilidad que provea Turquía a la región, pero el ingreso de este país también representaría aceptar a un rival histórico-cultural cuya población es mayoritariamente musulmana y no coincide con los principios y valores sobre los cuales se fundó la Unión.
Debido a la migración masiva de sirios al continente europeo, los jefes de Estado de la Unión acordaron entregar tres mil millones de euros a cambio de que Turquía albergara a más de dos millones de refugiados. A pesar de que el gobierno turco realizó este acuerdo, su posible ingreso a la Unión Europea es incierto. Las potencias europeas actúan por conveniencia y manipulan al gobierno turco de acuerdo a sus intereses.
Desde la Guerra Fría, Estados Unidos permitió deliberadamente el fortalecimiento de la elite militar turca con el objetivo de contener el fortalecimiento de grupos extremistas religiosos. Diversos golpes de Estado fueron financiados y coordinados por el Pentágono y, en colaboración con EUA, los países europeos proveyeron a Turquía de armamento estratégico nuclear que amenazara a la Unión Soviética y a países árabes no alineados a la política exterior estadounidense.
Los países occidentales llevan a cabo una peligrosa doble estrategia. Por una parte, Turquía cuenta con el segundo ejército más numeroso de los países miembros de la OTAN, por lo que su presencia militar es fundamental para contener el avance del Estado Islámico en Medio Oriente. Sin embargo, los países occidentales también financian y alientan a grupos guerrilleros nacionalistas que buscan la formación del Estado de Kurdistán, lo cual va en contra de los intereses turcos. La relación entre EUA y Turquía se ha desgastado al grado de que el gobierno turco exige la extradición de Fethullah Gülen, radicado en EUA y acusado de ser el actor intelectual del fallido golpe del 15 de julio que buscaba la desestabilización del gobierno actual.
Paradójicamente, antiguos enemigos coquetean con Turquía. Rusia mantuvo una rivalidad histórica con el Imperio Otomano por el control del Cáucaso, y ahora es evidente que Vladimir Putin busca un acercamiento con el gobierno turco. Hace algunos meses ambas naciones mantenían una relación tensa debido a que un avión táctico turco derribó a un bombardero ruso, sin embargo el fracaso de la diplomacia estadounidense provoca que el gobierno turco busque nuevos aliados.
La política exterior turca se orienta al este buscando establecer vínculos diplomáticos con potencias regionales como Irán. El presidente Recep Erdoğan ha aprovechado la traición de las fuerzas militares para reafirmar a su gobierno realizando purgas internas contra grupos opositores y fortaleció su posición como líder frente a otros países vecinos. La posible colaboración entre Turquía, Irán y Rusia es peligrosa para los intereses de Occidente y hace tambalear la alianza de seguridad atlántica. Este caso demuestra cómo existe una nueva alineación estratégica multipolar en la que Turquía será un país protagonista del equilibrio de fuerzas geopolítico.