Palabras del Coordinador Nacional de Movimiento Ciudadano el 29 de noviembre de 2016, primer día de la conferencia internacional “Movimientos Progresistas y Ciudadanos en América Latina y Europa”
Uno nunca termina de aprender, y una de las cosas que aprendí a lo largo de los años es que ser progresista debe ser más que una palabra, más que una moda, mucho más que un elemento decorativo en el discurso de los políticos.
Yo fui parte del sistema, de una de las viejas generaciones de la política mexicana; en ese entonces, para mí ser progresista significó estudiar, ser parte del movimiento estudiantil de mi generación en el 68; prepararme, asumir los compromisos con responsabilidad, cumplir mi palabra.
Después, cuando tuve la oportunidad de desempeñar cargos públicos, ser progresista significó esforzarme para ser un funcionario eficaz: fui gobernador de Veracruz y cumplí con ese gran honor. Construimos los espacios más emblemáticos del estado y no dejé un sólo peso de deuda.
Tuve la responsabilidad de intervenir durante el conflicto zapatista en 1995, en Chiapas, y de atender demandas sociales; decidí no quedarme de brazos cruzados ante la indolencia y pequeñez con que Ernesto Zedillo afrontó el tema. Decidí cuestionar las decisiones del presidente en una época en la que hacerlo era iniciar un camino sin retorno; en la época porfirista, el historiador Francisco Bulnes popularizó el dicho: “Para quienes confrontan al poder sólo hay tres opciones: destierro, encierro o entierro”. Me ofrecieron ser embajador en Brasil y no acepté. Entonces me encarcelaron injustamente; llevé mi defensa dentro de prisión y allí me enviaron un mensaje por conducto de una de las personas que más quiero: “si te disciplinas, sales”. Sólo había una respuesta: si entré de pie, no voy a salir de rodillas. Fui absuelto un año y medio después. Hoy soy el único preso político que además de haber sido redimido de todos los cargos, ha ganado una demanda por daño moral contra el Estado mexicano.
Aprendí que defender mis principios y convicciones no bastaba para corregir el rumbo del país; entendí y asumí que mi generación le falló a México. Mi generación falló porque consideró que la preparación era muy importante, pero se olvidó de lo ético; mi generación se preparó para gobernar este país, pero no para enfrentar a un régimen que se alejó de los intereses de los ciudadanos y del país; mi generación construyó instituciones de vanguardia y después las corrompió; mi generación fracasó porque no preparó a las siguientes, y los gobernantes de hoy se volvieron ineficientes e incultos, más corruptos, arrogantes, ambiciosos, frívolos, cínicos y cleptócratas.
Mi generación fracasó porque no estuvo a la altura de un país que necesitaba más. Así entendí que la batalla se tenía que dar desde afuera; decidí darle la espalda a las formas de siempre y dejar el PRI, porque México ya no debía seguir por el mismo camino.
Decidí entonces sumarme a la transformación democrática que encabezó el ingeniero Cuauhtémoc Cárdenas; después al Movimiento Progresista que acompañó a Andrés Manuel López Obrador, y crear un movimiento ciudadano que abandonó el modelo centralista y buscó empoderar a los liderazgos regionales naturales y legítimos.
Dije al principio de esta charla que nunca se deja de aprender. Comprendo que lo hecho no es suficiente. Frente al hartazgo ciudadano provocado por un régimen que gobernó durante más de 70 años, los partidos decidieron pactar una “alternancia” simulada. Ante los terribles saldos del priismo, se montó en el imaginario colectivo que el PAN podía cambiar el sistema político. Pero Acción Nacional renunció a esa enorme responsabilidad y se limitó a reproducir, y mal, los vicios del viejo régimen. La decepción causada por dos sexenios fallidos permitió el regreso del PRI. Para México la alternancia significó regresar a lo mismo.
Estoy firmemente convencido de que en esta época, ser progresista significa contribuir de manera decidida a un cambio de régimen. En México, en Latinoamérica, en Europa, incluso en Estados Unidos, hay una lucha entre los ciudadanos y la partidocracia para cambiar el sistema político que rige a las naciones.
Esta lucha ciudadana se está dando de distintas maneras y en diferentes frentes: con movimientos emergentes como el 15M en España, el #132 en México o los «ocupa» en Wall Street; pero también con la incursión de los ciudadanos en el terreno electoral, al margen de los partidos tradicionales, está el caso de Podemos, en España; 5 Stelle en Italia y las candidaturas independientes que hemos impulsado en México.
La crisis de representación que sacude al mundo no sólo nos ha hecho testigos de la caída de los gobiernos de izquierda en Latinoamérica y el renacimiento de gobiernos de derecha —incluso fascistas— en Europa y recientemente en Estados Unidos; también ha hecho posible fenómenos como el “Sí” al Brexit en Inglaterra o el “No” a los acuerdos de paz en Colombia.
México no es ajeno a esta realidad, pero la partidocracia se niega a reconocer que el viejo régimen que los ha mantenido en el poder se agotó. Sin importar membretes o colores, hoy tenemos a la generación de gobernantes más corruptos de la historia, políticos que llegan al poder no para ver qué aportan, hacen o transforman, sino para ver qué se llevan; protagonismos excesivos de políticos que creen que su trabajo es dar declaraciones en lugar de rendir cuentas y dar resultados; poderes fácticos y actores políticos alineándose de acuerdo a sus propios intereses y sin el mínimo sentido de responsabilidad histórica; autoridades que claudicaron en su responsabilidad institucional, que entregaron a la delincuencia organizada áreas sustantivas del gobierno y dejaron de garantizarle a la gente el derecho a la vida, a la libertad y al patrimonio.
Lo que ha estado moviendo a México no son ejercicios de buen gobierno, sino la complicidad y la sumisión indigna que trae como consecuencia abuso de poder y abandono de las responsabilidades públicas. El proceso de descomposición del viejo régimen es tan manifiesto que no se puede ocultar más y hace urgente que surja algo nuevo, nos obliga a construir algo diferente. Mientras la vieja clase gobernante sigue pensando en la sustitución de personas o partidos, nosotros estamos convencidos de que hay que profundizar impulsando un cambio de régimen.
En el mundo de hoy, de crisis económica, de exclusión y violencia, no necesitamos un realineamiento de las fuerzas políticas, no necesitamos cambios en el gabinete ni cambios menores; lo que necesitamos es un cambio de fondo, un replanteamiento del sistema político, económico y social.
Necesitamos un cambio que permita a México caminar mucho más de prisa; un cambio que atienda los graves problemas de pobreza, marginación y violencia. Necesitamos un cambio en el que las nuevas generaciones asuman el rol que les corresponde en la transformación de México, porque ellos son más, tienen más fortaleza y porque, si bien la responsabilidad es de todos, la decisión final, el resultado final, depende de ellos.
Uno nunca deja de aprender, lo digo a mis 65 años. Y ahora sé que no basta con haber sido parte de un proyecto de coaliciones que abrió paso a la alternancia; que no basta ser parte del proyecto que derrotó al bipartidismo en Jalisco y en Nuevo León. Estoy aquí porque le hemos fallado a México y no me puedo ir sin contribuir al empoderamiento de una generación que cambie en serio al viejo régimen que tanto daño le ha hecho al país. Hoy lo que tenemos que hacer es empoderar a los ciudadanos.
Ya no basta un cambio, los ciudadanos tenemos que definir el nuevo rumbo que queremos para el país. Tenemos que poner a las fuerzas de la sociedad por encima de los partidos, demostrar que es posible organizarnos por encima de nombres, colores y membretes: esa es, precisamente, la fuerza de los ciudadanos.
Decidí dedicar mi vida a cambiar este país, y como no ha cambiado, sigo aquí.
Muchas gracias.