Resumen de la conferencia magistral dictada por el ex Secretario General del Partido Socialista Obrero Español el 29 de noviembre de 2016, primer día de la Conferencia Internacional “Movimientos Progresistas y Ciudadanos en América Latina y europa”
En primer lugar, quiero reivindicar que la historia del socialismo en España, y también en Europa, es la historia de un éxito. Es la historia de un partido que se alzó con una mayoría absoluta en el año 82 del siglo XX, y que gracias a esa mayoría absoluta y a los gobiernos de Felipe González primero, y de José Luis Rodríguez Zapatero después, logró una transformación enorme de la sociedad española: pusimos en pie el estado de bienestar, pusimos en pie una educación pública gratuita, universal y de calidad, y pusimos en pie también una sanidad pública gratuita y universal. Hoy en España 47 millones de españoles y españolas tienen cobertura sanitaria gracias a un gobierno socialista.
Esta conferencia trata sobre el liderazgo de la socialdemocracia en Europa. Probablemente más que ponerlo en tono afirmativo, estático, deberíamos ponerlo entre interrogantes: ¿Lidera hoy la socialdemocracia en Europa?
Si echamos un vistazo a lo que puede ocurrir en los próximos comicios en distintos lugares del viejo continente, la verdad es que la situación es muy compleja, por no decir muy preocupante, para la socialdemocracia. Es cuando menos paradójico que si uno pregunta cuál es la principal preocupación de los ciudadanos, la respuesta siempre va a ser la desigualdad, y aquel partido político, aquella familia política que nació precisamente, según decía Norberto Bobbio, para luchar contra la desigualdad, resulta que va retrocediendo electoralmente en los últimos años.
El deterioro de la socialdemocracia en Europa está haciendo que finalmente sólo haya una opción de gobierno: la conservadora. Por tanto, yerran aquellas formaciones políticas de izquierda alternativa, por calificarlas de alguna manera, que consideran que el deterioro y el declive de la socialdemocracia en Europa será sobrepasado por una izquierda alternativa que gobierne y tenga a la socialdemocracia como socio minoritario. Eso, al menos en Europa en un medio plazo, no va pasar.
Por tanto, es importante no caer en ese cainismo habitual de la izquierda o de las izquierdas: señalar a tu socio potencial, reprocharle esto o aquello, mientras la derecha sigue gobernando en España, en Alemania o en cualquier otro país del continente.
La izquierda radical también tiene que asumir algunas responsabilidades sobre lo que ha ocurrido durante estos últimos años en Europa, porque es cierto que hubo un experimento de esa izquierda en Grecia y, desgraciadamente para ellos, fracasó. Lo que hace el primer ministro griego es administrar un acuerdo, un memorándum de entendimiento con la Comisión Europea, con Alemania, pero no está transformando el sistema económico, ni reduciendo las desigualdades como esperaba la sociedad griega y como él planteó antes de llegar al poder.
El declive de la socialdemocracia en Europa no implica que aparezca una izquierda alternativa que la suplante con opciones reales de gobernar, sino que simplemente está significando la fragmentación de la izquierda y, en consecuencia, el mantenimiento de la derecha como opción mayoritaria de gobierno en los países europeos.
Lo que sí puede ocurrir, y después de la victoria de Trump parece más plausible, es que Le Pen pueda ser una opción verdadera de gobierno en Francia y, en consecuencia, puede suceder lo que parece impensable: que el proyecto europeo se desmorone. Y no solamente en Francia, sino en otros muchos países donde están surgiendo opciones ultranacionalistas, chovinistas, que lo que están defendiendo es precisamente acabar con el proyecto europeo y renacionalizar muchas de las políticas que se pusieron en manos de las instituciones continentales.
Para luchar contra estos fenómenos populistas, llámese Trump en Estados Unidos o Berlusconi en Italia, debemos empatizar con sus votantes, decirles que entendemos lo que les ocurre, que entendemos sus demandas, que las compartimos, pero que cogieron el camino equivocado, que el camino es otro, no el de la expulsión masiva de inmigrantes, de cierre de fronteras, etcétera, etcétera.
Uno de los motivos principales del declive de la socialdemocracia que hemos visto durante estos últimos años, es no haber sabido articular una oferta, una propuesta contraria a la austeridad planteada por el conservadurismo alemán. En ese sentido, creo que la alianza entre la socialdemocracia y el conservadurismo en Alemania no ha sido positiva para el conjunto del socialismo europeo.
Una de las consecuencias de esto es que ahora mismo hay un sentimiento mayoritario entre la población europea de que da igual quién gobierna, da igual que gobierne la derecha o la izquierda porque al final el resultado es el mismo. Es decir, existe una crisis de identidad por parte de la socialdemocracia. Esto tenemos que remontarlo.
Otro de los motivos del declive es que decís una cosa en la oposición, y hacéis otra cosa en el gobierno. Existe un déficit de credibilidad de la socialdemocracia en tanto instrumento de cambio alternativo a lo que pueda representar la derecha.
Finalmente, desde el punto de vista de los partidos, hay gran parte de la población europea-española que ve a las organizaciones socialdemócratas más como organizaciones del siglo XX que del siglo XXI.
¿Qué es lo que tenemos que hacer?
En primer lugar, evolucionar, tanto en las formas de hacer política como en el fondo de las políticas, y cuando hablo de formas me refiero a la manera de comunicar esas políticas. Aquí se ha hablado mucho del uso de las redes sociales, del uso de la democracia representativa y participativa, así como de la democracia electrónica que también tiene que ser incorporada al socialismo del siglo XXI.
Uno de los principales fracasos de la socialdemocracia y de los movimientos de izquierdas (lo decía Tony Judt en el libro Algo va mal), es no haber asimilado y adaptado nuestras formaciones políticas y nuestro pensamiento al internacionalismo. Hoy más que nunca, la socialdemocracia que nació en estados-nación tiene que transformarse en una ideología mucho más internacionalista.
Esto en el ámbito europeo significa que tenemos que apostar por una Europa completamente diferente a la que se está construyendo. Necesitamos encontrar espacios de debate y decisión a nivel europeo para poder resolver las crisis que afectan al conjunto de la Unión y no a éste o aquel país.
Otra idea que yo os plantearía es que deberíamos, siguiendo a Judt, hablar más de los fines y no de los medios y, por tanto, liderar esa agenda política a la que nos está convocando gran parte de la opinión pública mundial: desde luego la desigualdad y las oportunidades de empleo. Lo que no pueden hacer la izquierda y la socialdemocracia es dimitir de su lucha en el ámbito de la política económica.
Esto significa una fiscalidad completamente distinta a la que tenemos en nuestros países para poder redistribuir; significa acabar con los paraísos fiscales; significa reivindicar la conformación de políticas laborales más dignas; significa tratar el cambio climático en términos progresistas de solidaridad intergeneracional y como una oportunidad, una puerta abierta a la economía verde; y significa, también, hablar de democracia.
En muchas ocasiones a la socialdemocracia, en Europa al menos, se la ve como un partido que administra, que gestiona bien, pero no que transforma, y es importante transformar; es importante que una gran familia como la socialdemócrata, que puso en pie el estado de bienestar, sea capaz de decir: este estado de bienestar sirvió para una generación, pero ya no sirve para otra. Hay desigualdades que ya no atiende, desigualdades que afectan sobre todo a mi generación y a las generaciones venideras.
En definitiva, una de las principales motivaciones que tiene la socialdemocracia durante los próximos años es, como arquitecto que ha sido del estado de bienestar, reformarlo para servir a una sociedad que es completamente distinta a la del siglo XX.
Esto no es fácil, pues es romper también con el estatus quo que la socialdemocracia creamos en acciones anteriores y que ahora tenemos que transformar en otras realidades completamente distintas porque la sociedad ha cambiado.
Nuestro problema es un problema de identificación y conexión con los votantes de izquierdas, sobre todo con las generaciones de chavales jóvenes que están buscando referencias nuevas. La socialdemocracia debe y puede volver a ser esa referencia, si de verdad les habla con su lenguaje, si les habla de sus preocupaciones.
¿Eso qué significa? Significa que nosotros siempre tenemos que ser alternativa, nunca alternancia. En nuestros programas, en nuestra acción de gobierno, tenemos que ser lo suficientemente radicales en cuanto a los objetivos, y me refiero a lo que significa de verdad la radicalidad: ir a la raíz de los problemas para reformar y revertir mucho de las desigualdades que nos afectan, que nos incumben y que nos convocan a hacer política desde la izquierda.
Acercarse a la derecha, al menos a mi juicio y por mi experiencia, es un error que precisamente difumina la acción del Partido Socialista y disminuye nuestra credibilidad para con los votantes de izquierdas, por tanto, creo que es importante reivindicarnos.
En un continente como el europeo, donde la socialdemocracia a finales del siglo XX tenía apoyos del 35 y del 40%, pero que ahora los tiene del 20 al 25 %, lo que tenemos que hacer es todo el esfuerzo posible para unirnos, para unir al conjunto de las izquierdas que surgen a nuestra izquierda como partido o como opción socialdemócrata.
Para poner un ejemplo, hoy el socialismo en Portugal, según las últimas encuestas, tiene un 35% de apoyo. ¿Por qué quiero decir esto? Porque la credibilidad no se recupera en la oposición, se recupera desde el gobierno, demostrando con hechos y no solamente con palabras que somos capaces de hacer políticas distintas a las que hace el conservadurismo, en este caso, de la Unión Europea.
Finalmente, le doy tanta importancia a la renovación y la modernización de las organizaciones como a la defensa de políticas de cara a la ciudadanía. Existe un denominador común en todos y cada uno de los partidos políticos socialdemócratas europeos: la afiliación es cada vez más mayor, entra poca gente joven en las organizaciones socialdemócratas, se sienten de alguna manera poco empoderados, no participan de las decisiones; es verdad que son convocados a votaciones, pero no deciden, simplemente votan. En definitiva, todo eso hay que subvertirlo.
Si una organización política quiere sobrevivir y ser vanguardia en el siglo XXI, lo que tiene que hacer es empoderar como ciudadanos a esos militantes, a esos afiliados a la organización política.
En la comunicación, claramente tenemos que utilizar las redes sociales. En España pasa esto: nunca como ahora la opinión pública y la opinión publicada caminan por senderos tan dispares, y en muchas ocasiones el político tradicional espera sacar una nota y ver un reflejo en un medio de prensa escrita, cuando de verdad lo que tiene potencia son las redes sociales y las nuevas tecnologías de la información.
La socialdemocracia tiende en muchas ocasiones a ser demasiado políticamente correcta, y el resultado de eso es situarte en tierra de nadie o, al menos, que no te entiendan. En ese sentido, si algo tenemos que aprender de estas nuevas formas de hacer política es decir las cosas claras, decirlas cortas y de manera entendible.
Si hay personas a quienes esto molesta o no gusta, pues no pasa nada, esa es la política como también la vida. Creo que tenemos que abandonar en muchas ocasiones lo políticamente correcto para hablar claramente y con el mismo lenguaje que habla la ciudadanía.
Hace una semana se cumplió el aniversario de quien puso en pie la sanidad pública gratuita y universal a la que hacía referencia antes. Se llamaba Ernest Lluch, un socialista que fue asesinado por ETA en el aparcamiento de su casa. Él decía que el socialismo, que la socialdemocracia, es la ideología que más igualdad, más libertad y más justicia social ha traído a la humanidad. En términos emocionales podríamos decir que es la ideología que más felicidad ha provocado en la humanidad.
Yo estoy convencido de que tenemos las preguntas y sabemos las respuestas. Lo que nos falta es preguntar y responder la verdadera cuestión: ¿si tenemos la voluntad de poner este proyecto en pie y en marcha?
Por mi parte, yo sí la tengo. Gracias.