En México hay una probada cultura de la simulación. Los debates durante los procesos electorales lo confirman. Lamentablemente, no encontramos dato alguno que refiera un gran debate entre contendientes en algún proceso electoral reciente; el debate presidencial más mediático conocido fue el realizado en el 2012, en el que el foco de atención lo atrajo una joven edecán y no las propuestas de los adversarios.
Fue en Estados Unidos, en septiembre de 1960, cuando se televisó por primera vez en la historia un encuentro entre candidatos. Un Richard Nixon rígido, nervioso, cansado y negado al uso de maquillaje, se enfrentó a un John F. Kennedy de movimientos suaves, seguro y jovial, que sin lugar a dudas fue el triunfador en este enfrentamiento y posteriormente ganó la presidencia de ese país.
El debate por definición es considerado como una técnica de comunicación oral que sirve a los candidatos como vía de acercamiento con la ciudadanía. Se entiende que debe ser el medio por el que los contendientes en cualquier justa electoral exponen sus propuestas, ideas y posicionamientos a la opinión pública; sin embargo, en México ha servido, entre otras cosas, como espacio para el denuesto, la desacreditación, la difamación y el mejor lugar para sacar los trapos al sol de unos y otros.
En México, el Instituto Nacional Electoral (INE) propone actualmente dos debates entre candidatos a la Presidencia de la República; la duración de cada uno de ellos la acuerda el Consejo General de la institución. Hay otros organizados de manera independiente y a iniciativa de televisoras, radiodifusoras o noticieros, en los que no participan todos los candidatos contendientes ni se presentan en su totalidad sus propuestas, como recientemente ocurrió en el debate por la gubernatura del Estado de México organizado por
Televisa en el que, además, sólo participaron los primeros lugares en las encuestas.
Evidentemente, para que un debate ocurra deben existir propuestas antagónicas. En esencia el debate busca confrontar, generar controversia en los diversos temas que se lleven a la mesa, pero en México no ocurre así. Difícilmente hemos tenido políticos que estén a la altura de las necesidades de información de la gente, en la mayoría de ocasiones dichos debates no generan el suficiente interés para darles seguimiento, quizás porque generalmente se convierten en una especie de cuadrilátero en el que ningún candidato se salva de un golpe.
Lo ideal es que existiera en México una reglamentación funcional para los debates, en los que participen todas las fuerzas políticas que aparecerán en las boletas, incluidos los candidatos independientes. Asimismo, como lo ha propuesto Movimiento Ciudadano, los tiempos en radio y televisión para partidos políticos deben usarse como auténticos espacios de reflexión, argumentación y exposición de ideas en lugar de ocuparse para el bombardeo de spots, con carga más mediática que informativa como ocurre actualmente.
El diputado ciudadano Jorge Álvarez Máynez propuso que el 60% del tiempo que en radio y televisión corresponde al Estado se destine para debates obligatorios entre dirigencias partidistas en tiempos no electorales, y para candidatos en tiempos de campañas, con el propósito de que, al participar, la ciudadanía se encuentre debidamente informada tanto de las propuestas de los candidatos, como de las plataformas ideológicas de las instituciones políticas.
Hoy en día el INE tiene un documento que pretende establecer los lineamientos, las bases y los criterios para la realización de debates. Se centran en la logística y en cómo y dónde difundirlos, pero no hacen referencia alguna al fondo, que debería ser la franca discusión de las ideas, exposición de propuestas y, si es posible, planteamientos de solución.
Los debates son relevantes o deben serlo. En más de una hora que puede durar un ejercicio de esta naturaleza, los candidatos pueden brillar o meter la pata, sus gestos, su lenguaje corporal, su imagen, su buena oratoria, así como su preparación con datos fidedignos, comprobables y contundentes, son factores que pueden hacer la diferencia entre ganar o perder la contienda.
Si la ciudadanía busca una opción para informarse, este medio sería el ideal. Es posible que después de un debate que reúna los requisitos antes mencionados, la intención de voto de un ciudadano pueda cambiar o un votante indeciso se decida por un aspirante o, lo que es mejor, que alguien resuelva salir a votar después de un debate.
Los ciudadanos debemos exigir más debates y menos simulación. Son una herramienta muy poderosa para nosotros y una gran amenaza para aquellos que no quieren que la sociedad descubra sus pocas capacidades y débiles propuestas. Hoy en día el poder de las redes sociales y el internet nos ofrecen otra vía para realizarlos. No me sorprendería que en algún momento los debates más nutridos se lleven a cabo por esos medios y, ahora sí y por fin, se acabe la farsa.